martes, 21 de octubre de 2014

CHINA VI: FENG HUANG




Desde el balcón de nuestra habitación observo ensimismado las elevadas y tupidas colinas que se alzan tras los antiguos edificios de madera del pueblo de Feng Huan. Son unas montañas de pendientes escarpadas completamente cubiertas de árboles y arbustos. Durante siglos estas montañas han sido testigos del discurrir del río Tuó, de color verde oliva por el que apaciblemente navegan juncos de madera agondolados para pasear turistas. Dudo que estos gondoleros, peor ataviados que los de Venecia, sepan cantar, pero reman con destreza impulsándose con un largo palo de bambú apoyado en el lecho del río, o remando en el extremo de la barcaza con una pala corta.

A lo largo de las dos riberas del río se suceden los edificios, la mayoría de ellos colgados sobre el mismo río, sostenidos por una serie de troncos de madera que desde el lateral del cauce apuntalan la base. Son edificios de tres plantas, forrados de madera antigua, de arquitectura tradicional china y ligeramente destartalados. Pareciera que se asoman a las aguas desde hace mil años. Frente a mí, en la otra orilla del río, contemplo una esbelta pagoda de ladrillo gris de siete pisos de alto, adornada con voladizos de teja cuyos vértices respingones lo ocupan gárgolas con forma de dragón de piedra. La pagoda se eleva por encima de los edificios y está erigida desde un saliente que se adentra en el río. Las aguas continúan su avance y pasan por debajo de un puente antiguo de madera, en cuya superficie cubierta, se han instalado pequeños comercios flanqueando el paso de los viajeros,  al igual que ocurre en aquel puente Rialto que me viene a la memoria.


En la fotografía que os he descrito y que veo desde el balcón, luces anaranjadas se reflejan sobre el agua mansa a esta hora de la tarde, cuando las masas de turistas comienzan a marcharse a cenar hacia el mercado nocturno, y se escuchan las primeras desafinadas voces que provienen de un karaoke cercano.

La ciudad de Feng Huang, al menos su centro histórico, ofrece una imagen diferente de las modernas ciudades de China. Y eso se debe en gran parte a que en la década de los sesenta, la mal llamada Revolución Cultural impulsada por Mao Zedong y ejecutada por bandas de jóvenes fanáticos y enfervorecidos que se hacían llamar La Guardia Roja, se empeñaron en destruir todo el patrimonio histórico de su país. La consigna de Mao (que buscaba más una limpieza de enemigos y oponentes políticos que de edificios y legados culturales) era “Destruir lo antiguo para construir lo nuevo”. Una terrorífica época en la que el miedo pateó las calles de todas sus ciudades y en la que miles de personas perecieron por culpa de la locura colectiva. Uno de los efectos fue la pérdida de un enorme patrimonio cultural, de la destrucción de los antiguos centros de las ciudades, de sus bibliotecas y sus teatros, de un paisaje urbano que se puede intuir en los libros pero que ya no existe. Únicamente hay lugares donde la sin razón no pudo salirse con la suya gracias a personas que, con más mano izquierda que poder lograron salvarlos. Tal es el caso de la ciudad prohibida de Pekín, o de la coqueta y oriental ciudad amurallada de Pingyao, o por ejemplo, esta Venecia Oriental llamada Fenghuang en la que nos encontramos.


Los tiempos cambian, mueren los políticos y son sustituidos por otros, se abandonan las ideas, se imponen otras, pero ya no es posible reconstruir el pasado ni resucitar a los muertos. Como os comenté, en Datong se esfuerzan ahora por volver a reconstruir su centro histórico levantando un gigantesco decorado comercial más parecido a un parque temático que a una ciudad antigua. En Fenghuang, el río Tuó no ha dejado de contemplar las mismas orillas.


Cae la noche y nuestro paisaje se oscurece, aunque los edificios y los puentes sobre el río se iluminan con débiles lucecitas de led remarcando su silueta, dibujando una Fenghuang nocturna repleta de pubs, restaurantes, tiendas de souvenirs y sobre todo, repleta de turistas (chinos en un 99,9%) ávidos por comprarlo todo, comerlo todo, cantarlo todo… y recuperar todo aquello que se les quedó por el camino.

Pedro Rojano