sábado, 15 de junio de 2013

MEXICO VII: UN INTERMEDIO EN LA HISTORIA


Todo lo bueno se acaba, pienso mientras embarco en el avión que nos llevará de regreso a Málaga. Los viajes son como ese regalo primorosamente empaquetado cuyo interior es difícil de adivinar. Al principio me siento emocionado, porque sé que sea lo que sea me va a gustar, aunque no sabría decir cuánto. Con el paso de los días, voy desempaquetando ese regalo y descubro las cosas que trae consigo. Pero el viaje va más allá de cualquier regalo, porque cuando ya lo he desempaquetado del todo y lo coloco en alguna repisa de mi memoria, comienza a transformarse despacio, y a medida que pasan los días, se convierte en algo muy especial, más que un regalo es un tatuaje virtual, que por mucho que se empeñen los años, jamás olvidaré pues ya es un capítulo más de mi modesta historia.

México ha entrado a formar parte de esa lista de regalos que he colgado en mi vida. Un país más parecido al nuestro de lo que creemos, con un nivel de vida muy similar, y una cultura que ha bebido de idénticas fuentes que nosotros. Un país que, en contra de lo que me habían contado, se siente muy orgulloso de su pasado tanto el prehispánico como el colonial. Porque son conscientes de que ellos mismos son fruto de la unión de los primeros indígenas con los acompañantes de Hernán Cortés. La historia de este país está salpicada de sangre, tanto la derramada entre las tribus prehispánicas por la supremacía del territorio, como la que vertieron los conquistadores para obtener fortuna y tierras. También la sangre de los criollos que se revelaron contra la corona española para obtener su independencia como país, y no podemos olvidar aquella otra que sembró la revolución agraria de Pancho Villa y Emiliano Zapata en los comienzos del siglo XX para liberar a los campesinos de un gobierno opresor. La evolución de esta tierra sigue su curso, y hoy en día aún se vierte mucha sangre de inocentes por parte de una delincuencia organizada vinculada al narcotráfico a los que el gobierno persigue incansablemente.

La noche antes de partir, una impresionante manifestación que abogaba por el fin de la inseguridad ciudadana, inundó de color blanco el enorme zócalo del distrito federal, bajo la bandera tricolor. Se convirtió la plaza en un valle nevado con multitud de velas que portaban los manifestantes, y al final de la noche, cuando la soledad se adueñó de la plaza, las velas dispuestas en el suelo formaban las tres letras de la palabra PAZ. ¡Ojalá sea así!

De cualquier modo, y aún existiendo incidentes graves en la ciudad, no hemos tenido problema alguno de inseguridad. Los mexicanos que hemos encontrado a nuestro paso han sido personas muy cordiales y agradables, educadas, hospitalarias y deseosas de indicarnos el camino exacto para llegar a cualquier sitio. Lo mejor del viaje ha sido sin duda la actitud de este pueblo tan hermano del nuestro y os conmino a que viajéis sin recelo a esta tierra verde, blanca y roja.