martes, 21 de mayo de 2013

MEXICO V: LA GRAN FAMILIA SALESIANA


Dedicado a Raúl,
que pertenece a esa gran familia
y ya está con Don Bosco.



Desde los seis años yo estudié en un colegio de curas; salesiano para ser más exacto. Y lo cierto es que no guardo ningún trauma psicológico, ni me trataron mal, ni nada por el estilo. Al contrario, recibí una buena educación y hoy en día me siento muy orgulloso de pertenecer, de alguna manera, a la gran familia salesiana.

Cuando estudias bajo el modelo juvenil de Don Bosco, y lo vives tan de cerca como lo hice yo, no es de extrañar que adquieras una notable devoción a la Virgen Mª Auxiliadora. En mi caso, desde que salí del colegio aún la llevo a gala y me encomiendo a ella en los problemas. Todavía guardo en la cartera (o mejor dicho guardaba), una foto con la Auxiliadora de mi colegio trinitario y que me acompaña en todos mis viajes. Ese vínculo invisible que te une a la familia salesiana, perdura durante toda la vida, brillando, un poco más si cabe, cada 24 de Mayo.

Pero el destino, las vicisitudes diarias, el trabajo absorbente, los problemas domésticos...te van alejando poco a poco de ese sentimiento y algún día lo recuerdas con nostalgia como parte del pasado. Hasta que llega un día mágico, en el que apareces a 9.000 kilómetros de distancia de tu ciudad: en Querétaro, una ciudad moderna al sur del distrito federal, con algo más de 670.000 habitantes. Y allí, como por casualidad, tropiezas con los muros de un colegio. Un enorme colegio plagado de estudiantes de piel morena y brillante pelo azabache. En la entrada un letrero anuncia: SALESIANOS, y a la izquierda el busto inconfundible de Don Bosco.



Entonces todo se vuelve familiar y, a pesar de mis treinta y nueve años, traspaso el umbral para mezclarme con aquellos muchachos como si fuera a colocarme en fila india, con el brazo derecho sobre el hombro del compañero que precede.

Un conserje se dirige a Sonia y a mí con cara extrañada:

—Disculpen, ¿querían algo?

—Verá, somos antiguos alumnos salesianos de España y ...

El hombre vuelve la cabeza hacia atrás con la ilusión de una sorpresa.

—¡Don B! Aquí hay dos paisanos suyos- y a nosotros- pasen, pasen. Don B les va a atender.

A Don Venancio, un padre salesiano nacido en León, le llaman cariñosamente "Don B".

Don B es un cura mayor, pero de pequeña estatura. Yo diría que está como reducido por el paso de los años, encogido más bien. Como si hubiese sido un hombre alto y fuerte y ahora su cuerpo se hubiese contraído. Se ayuda de un bastón para caminar y aún así, lo hace con dificultad. Tiene el pelo canoso, las manos arrugadas, y al hablar apenas mueve los dientes. Lleva 23 años viviendo en esta ciudad, trabajando para este colegio y para estos niños y ahora se siente más queretano que leonés. Dando un paseo nos explicó todos los avances que ha tenido la escuela. Ahora es mucho más grande. Dos mil quinientos alumnos, tres campos de fútbol (de césped), varias canchas de baloncesto, multitud de aulas repartidas en varios edificios que rodean un recinto de 25.000 metros cuadrados, y una pequeña capilla, similar a un aula, con un altar donde se venera una imagen de Mª Auxiliadora. Cuando nos cruzábamos con los alumnos e incluso con los profesores que tenían la puerta del aula abierta lo saludaban cariñosamente levantando el brazo:

—¡Buenos días Don B!

Aunque su cuerpo esté encogido por el paso del tiempo, estoy seguro de que su corazón sigue siendo enorme.


Antes de marcharnos le regalé a Don Venancio la estampa de la virgen que tengo en mi cartera. Le pedí perdón porque los bordes estaban desgastados y rotos. Al darle la vuelta comprobó que se trataba de un calendario del 2001, supongo que este detalle le hizo comprender lo que expliqué en los primeros párrafos de esta crónica.

Siento no haberos descrito cómo es la ciudad de Querétaro, pero me temo que me voy de ella sin conocerla en profundidad, aunque tengo la certeza de que dentro de ella existen 25.000 metros cuadrados que conozco a la perfección y de los que puedo hablaros, pues llevo corriendo entre sus columnas desde que cumplí seis años.


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