sábado, 11 de mayo de 2013

MEXICO III: EN UN LUGAR DE LA MANCHA CUYO NOMBRE ES GUANAJUATO


Guanajuato
Cuando te acercas a Guanajuato, la carretera desciende bajo tierra y se introduce en la ciudad por unos antiguos túneles de piedra y calles adoquinadas que más se parecen al interior de unas mazmorras. Bajas del autobús y subes por unas escaleras hacia el exterior, como si fueran bocas de metro de unos siglos más atrás; entonces, una vez en la superficie llega la luz, el color y la belleza. Guanajuato es una ciudad de cuento, un decorado de novela, una recreación del espacio por donde bien pudiera haberse paseado, con permiso de Pérez Reverte, el mismísimo Capitán Alatriste.
Las calles, sin atender a normas de planificación se estiran, se arquean; interseccionan unas con otras sin geometría alguna, como los centenarios centros de las ciudades europeas, como un bullicioso Madrid del Siglo XVII. Todas esas calles parten del Jardín de la Unión que está rodeado por una arboleda cuidadosamente recortada en un alargado rectángulo cuya base son los troncos de los árboles, de modo que si tomásemos una fotografía aérea contemplaríamos un exuberante jardín enmarcado por las hojas de los árboles.

Los autóctonos se enorgullecen de presentarnos esta ciudad como la ciudad Cervantina de América, no en vano muchas de sus calles y hoteles tienen nombres alusivos al escritor: Hostal Sancho, Callejón del Quijote, Callejón de Cervantes, Hotel Dulcinea, Mesón Sancho Panza, Restaurante Rocinante... Lo cierto es que si uno se evade de la ciudadanía y del escaso tráfico, cree encontrarse en algún pasaje del Quijote, el cual se pasearía sin dudarlo por estas calles de piedra al trote de su escuálido rocín y con un yelmo reluciente fabricado con auténtico oro mexicano.

Los Guanajuatenses se sienten bien orgullosos de su "quijotismo importado", e incluso en alguna de sus calles han colgado un cartel (sin pudor alguno) que dice: "Aquí se inspiró Cervantes y comenzó a escribir sus entremeses".  ¡Con menudos entremeses se inspiraría Cervantes en esta tierra!, comenzaría con un sabrosísimo pozole (sopa picante de maíz y pollo o ternera) y luego podría elegir entre las tortitas de frijoles, las enchiladas de queso, o las flautas de pollo; y por qué no, con las gorditas de chile relleno, y los burritos, y los huaraches, los nogalitos, chicharrón; y seguro que terminaría con unos buenos tacos al pastor o al alambre. Sin duda a Cervantes bien le vendría la inspiración con la variada y exquisita gastronomía mexicana, muy lejos de la que conocemos por los restaurantes mexicanos de nuestros centros comerciales.


Un gringo despistado, al pie de la estatua de Cervantes o de la del Quijote y Sancho Panza, creerá ciegamente que el insigne escritor es oriundo de México y que su Quijote cabalgó por esta Mancha Guanajuatense. Permítanme que no sea yo quien le corrija, porque no hay mayor placer que contemplar una ciudad entera tan orgullosa de su pasado español, de su literatura y de un idioma que comparten y nos une, y que, aunque nos pese, utilizan bastante mejor que nosotros.
Por eso termino mi crónica con un: ¡Qué Viva Guanajuato!, ¡Qué Viva Cervantes!, ¡y que Viva México!
VALE.


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