sábado, 29 de septiembre de 2012

INDIA IV. Los colores de la India



En Khajuraho se erigen los templos Chandela cuyas esculturas eróticas evocan pasados sinuosos y excitantes, con estatuillas en posturas que se muestran indecentes a los ojos del turista más conservador. El jardín que rodea a los templos tiene un verde intenso, y un camino color tierra que delimitan los setos. Salir del recinto significa enfrentarse a decenas de niños que se ofrecen sin rendición posible a practicar castellano contigo.


- ¿Tú eres de España? / Yo sé español  /  Muchas gracias / ¿Quieres visitar mi tienda?

Y todo acaba ahí, menos con Aje, un chaval de once años con la piel del color oscuro del bronce, que hablaba un perfecto castellano aprendido tan solo de oír a los turistas. Nos acompañó a visitar la aldea descolorida junto a los templos, más allá de donde llegan los dólares.

Para ir de Khajurajo a Orchha tomamos un taxi, tres horas y media de trayecto por una carretera estrecha por donde, con dificultad pasan dos vehículos (por eso los coches en India o no llevan retrovisor o lo llevan plegado) y flanqueada por una hilera de árboles. El campo que se extiende tiene varias tonalidades de tierra entreverado por el verde disperso de los árboles.




De repente los colores estallan en el horizonte. Un arco iris de mujeres avanza por la cuneta con sus saris, tan diferentes, tan hermosos. A veces la carretera atraviesa una población pequeña donde las casas son frágiles tinglados de madera y tejas que copan los arcenes, y donde el color desaparece si no fuera por los puestos de fruta, de verdura, de carne, de fritadas...

Al llegar a Orchha no esperábamos encontrar un lugar que nos trasladara a las mil y una noches. Sus elevados palacios, que permanecen semi abandonados, hicieron volar nuestra imaginación al tiempo de los marajás, solo nos faltaron las alfombras y las sedas que algún día colgaron de sus paredes.

En la plaza del pueblo, el mercado vuelve a ser protagonista, y las luces amarillas de las lámparas crean las sombras y el misterio de los personajes casi de cuentos que se sientan alrededor de la plaza.


Allí conocimos a Jagonoham, vendedor de henna que nos invito a una coca cola fría mientras nos deleitábamos con los intensos colores que contenían los treinta cuencos metálicos que contiene su mercancía: amarillo, rojo fuego, ámbar, verde oscuro, verde pistacho, rosa fucsia, violeta...

Los rezos del templo llenaban la calle y en la terraza de un coqueto restaurante degustamos la comida india bajo un cielo azul oscuro.


Jagonoham, así me llaman. Aquí me conocen todos, soy el viejo vendedor del mercado, con mis platillos de colores para que las mujeres tiñan sus ropas, sus cabellos, el lunar rojo del entrecejo. ¿Quieres un tatuaje de henna en la mano?, no te costara nada. Desde la mañana hasta por la noche coloreo a los vecinos de mi pequeño pueblo y si algún día vienes por aquí, te ofreceré asiento y mi amistad. ¿Quieres venir a cenar a mi casa? ¿Eh? Tú debes ser bueno, todos los turistas son buenos y muy blanquitos.

PROXIMA CRONICA: La Ley del hueco

domingo, 23 de septiembre de 2012

INDIA III. Varanassi, la ciudad bucle

Varanassi



Si eres de los que te conformas con ver el espectáculo desde tu butaca, entonces quédate ahí hasta que termine. Te iras a casa satisfecho con el ingenio de los cómicos; pero si eres de los inconformistas, de aquellos que quieren ver qué se esconde tras los bastidores: entonces ven conmigo a Varanassi.

Rickshaws

Porque Varanassi es quizá la ciudad del mundo donde se representa el ciclo de la vida; donde la vida y la muerte cruzan de la mano sus calles laberínticas y herméticas. Angostos cauces por donde la vida discurre a borbotones, camina indiferente al hedor, mezcla de orín humano y excremento de vaca;, pasea por improvisados estercoleros en las esquinas donde niños y niñas juguetean desnudos. Será complicado abrirte paso entre sus coloridos comercios donde se apaña toda posibilidad de negocio. Tendrás que esquivar a los mendigos asfixiantes y a los guías, y las motos y los autotrickshaw, los carros de fruta, el intenso olor a refrito que desprenden los kioscos de comida, y las vacas sagradas campando a sus anchas con escolta de moscas.

Pero debes insistir en traspasar el umbral hasta llegar al Ganges: bajarás las escaleras de cualquier Ghats y te toparás con un río santo que tiene el ancho de varios campos de fútbol y el color del café con leche. Entonces siéntate y contempla, no trates de entender nada, no te esfuerces. Todo esta impreso en el lodo que cubre las plataformas. Déjate seducir por el colorido de los saris, de los kioscos de ofrendas florales, de las lavanderas, de las telas extendidas al sol.


Déjate cautivar por el chapoteo alegre de los niños de piel de alabastro, déjate conmover por el delicado pudor con que las mujeres se enjabonan bajo las anchas telas de sus vestidos, o por la natural frescura en los hombres en calzoncillos escurriendo sus ropas sobre las losas.

Quédate impresionado al fin con las llamas rojas de las piras funerarias de los muertos, quienes una vez bañados en el Ganges son tendidos sobre un rimero de troncos para hacer el último viaje hacia otra vida mejor. Imprégnate de su ceniza que parece flotar como un alma sobre los vivos. Graba en tu memoria el olor de la carne quemada. Es ese instante en que la muerte vuelve a darse la mano con la vida, puesto que para ellos este viaje no es desgraciado, sino una alegría por despedir a un ser querido que viaja hacia otro destino de felicidad cierta. No encontrareis a nadie llorando en estas ceremonias, todo es simple, como el ocaso a ras del horizonte.

Es Varanassi una ciudad de extremos, donde unos se empeñan en sobrevivir sobre la miseria y otros llegan para esperar la muerte.


Madera para piras funerarias
Mi nombre es Sharda Devi, nací en Amrisat y he viajado durante años para llegar hasta aquí. Me contempláis vieja, con la piel adherida a los huesos, con los ojos hundidos como pozos sin agua, cubierta con un simple Sari sin más detalle que la blancura con que lo conservo. Nací en una casta inferior y he dedicado mi vida a sobrevivir como pude. Tuve hijos, algunos murieron y otros... también. Ya sólo me resta paciencia para aguardar la caridad en este edificio sórdido junto al Manikarmanika Ghats. Necesito reunir  el dinero suficiente que cuesta mi pira. Un kilo de madera 150 Rupias, a cambio te impondré las manos en la cabeza para bendecirte y desearte una vida mejor. Dentro de unas semanas, cuando haya podido reunir lo suficiente, me bañaran por ultima vez en el Ganges y una vez purificada me dispondré a vivir de nuevo y olvidar de una vez lo que he vivido.




PROXIMA CRÓNICA: LOS COLORES DE LA INDIA

sábado, 22 de septiembre de 2012

INDIA II. Una espera incierta

Fuerte Rojo
Lo que más llama la atención en Delhi nos son los anchos bulevares flanqueados por edificios de la época colonial que se alzan majestuosos y, en su mayoría, albergan oficinas gubernamentales, ni los jardines frondosos y en perfecto cuidado que rodean dichos edificios. Tampoco son las que más llaman la atención las sólidas murallas del fuerte Rojo, ni los andamios de bambú que trepan por ellas poniendo en riesgo la integridad de los restauradores que los utilizan.

No es lo más llamativo la formidable tumba de Humayun formada por cinco solemnes edificios alineados uno tras otro y entreverados por jardines y fuentes que evocan las mil y una noches.

Tumba de Humayun

Ni tampoco la Puerta de la India (emulación asiática del arco del Triunfo parisino que homenajea a los soldados indios que dieron sus vidas por el imperio británico en la primera guerra mundial).
Puerta de la India

O el caos circulatorio que exaspera el occidental sentido del equilibrio, o los barrios más pobres apiñados de casas que apenas dejan pasar la luz entre sus calles y donde montones de excrementos de vaca y basura se asoman a la vista indignada del viajero occidental, y esas estaciones de trenes cuyas entradas tienes que cruzar como si de un río se tratara, pero un río de personas esparcidas por el suelo que aguantan pacientes la llegada de su tren: todo eso tampoco llama tanto la atención, sobre todo porque antes de visitar la India es usual haberlo visto en fotografías, en reportajes y se puede leer en los innumerables foros de Internet.



Lo que más me llamó la atención en Delhi fue contemplar la espera. Al pasar por las calles, si afinas la vista, verás de vez en cuando a personas que acuclilladas en la acera esperan con la mirada perdida en un horizonte incierto, cubiertas con ropas andrajosas y el pelo enmarañado. Esperan, esperan, y no logro adivinar por qué. A veces me topé con grupos enteros de personas a la espera, como si fuera una despiadada parada de autobús. Agachadas ante el estrés del tráfico, esperan no esperar nada.


Quizás la India sea el país de la eterna espera, de la resignación ante la mala suerte: de esa espera por otra vida mejor que vendrá tras esta. Por eso creo que la pobreza que he visto en las calles no tiene nada de reivindicativa: aquí supone algo perenne, algo que se acepta y nadie, excepto su dios podrá remediarla hasta después de la muerte.

Los europeos no estamos acostumbrados a esperar, ni por supuesto a esta clase de conformismo (quizás a otro sí). Puede que la India sea un lugar donde se puede aprender algo más que lo que cuentan las guías.

martes, 18 de septiembre de 2012

INDIA I. Pisando la tierra de Ghandi



La ciudad de Delhi es un caos de tráfico y ruido empanado por una atmósfera grisácea que casi no permite el paso de la luz del sol. Hace un calor nada compasivo y todo se mueve eléctricamente por las enormes avenidas y los callejones diminutos que componen la red viaria. La gente es muy amable, yo diría que exageradamente, pero aunque algunos tratan de ganarse tu amistad para conseguir algo, lo cierto es que otros muchos lo hacen sin interés alguno. Nos han mostrado las calles en los mapas, nos han guiado por los callejones en busca de la oficina de turismo, se han reído con nuestra mala pericia al cruzar las calles sin semáforos, se han mostrado tolerantes ante la prepotencia de nuestra NIKON. Lo mejor hasta ahora, la solidaridad de una familia que intercambió su sitio en el avión con el de Sonia, ya que la British Airways nos había separado con seis filas de diferencia. No hizo falta decir nada: una señora se dio cuenta y se ofreció a cambiar su asiento. Fue un generoso gesto que nos daba la bienvenida a este país.



Rajib Al Sahib es el conductor del taxi que nos lleva al hotel. Es natural de Lahore, sus padres emigraron a Delhi cuando era demasiado pequeño. Ha vivido en esta ciudad desde entonces y no ha salido de ella. Se gana la vida trasladando pasajeros del aeropuerto al centro de la ciudad. Lo hace bien, esquivando sin dificultad a todo el que se interpone. Los turistas se asustan, pero en cuanto comprueban su pericia saben que no hay nada que temer. Cuando los mira a través del retrovisor de su TATA INDIGO, con sus caritas de leche, sus enormes cámaras y los ojos asustados, sonríe y trata de que no se sorprendan por la cantidad de criaturas que se amontonan en las calles, que sobreviven como pueden: THIS IS INDIA, MADAM. Es un buen trabajo el suyo, dice. Conoce el trayecto tan bien como las manchas del techo del INDIGO. Sobre todo porque para él, esas manchas son las únicas estrellas del pequeño cielo donde vive y del que vive.

AVION CON DESTINO... LA INDIA. VA A EFECTUAR SU SALIDA

Este blog nació en el año 2009 con la idea de publicar las crónicas que habitualmente mandaba por correo desde los países que visitábamos. Antes de esa fecha habíamos visitado otros países, cuyas crónicas muchos de vosotros recibisteis por correo. Quiero traer de nuevo al recuerdo aquellas crónicas acompañándolas esta vez de fotografías que ilustren el viaje y os hagan viajar por un ratito a países lejanos.

Voy a comenzar por La India, quizás el país que más ha llamado mi atención de los visitados hasta ahora. Después viajaremos por México, Perú, Birmania, Guatemala, Argentina... Muy pronto publicaré la primera de las entradas. Espero que os gusten

Buen Viaje.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Lugares posibles

Desde hace un tiempo vengo dándole vueltas al título que debería llevar este blog. Al principio comenzó siendo "Las Crónicas de Pedro Rojano" temporalmente hasta que encontrase un sentido a todo esto. De entre todas las opciones barajadas, "lugares posibles" (título que me ha regalado un buen amigo), me parece el más acertado teniendo en cuenta que con las crónicas de viajes que escribo pretendo dejar una simiente en los lectores que germine en una posibilidad de viajar a sitios donde antes no hubiese imaginado. Quizás sea demasiado pretencioso, pero al menos esa es mi intención.
Espero que os guste la nueva imagen del blog y también deseo que próximamente pueda llevaros sobre las alas de ese avión a multitud de lugares posibles

lunes, 3 de septiembre de 2012

CUBA VIII. CUBA FAMILIAR



Una forma barata y confortable de pernoctar en Cuba es utilizar las casas de los propios cubanos. Se trata de un sistema que promocionó el gobierno cubano a mediados de la década anterior con el fin de incrementar la oferta hotelera de la isla. Ello incentivó a muchos ciudadanos a acondicionar una o dos habitaciones de su casa para acoger a turistas. El gobierno, tras la correspondiente autorización, les cobra 150 dólares al mes por cada habitación que dispongan para alquilar (la hayan alquilado o no). El precio que cobran al turista por esta habitación es de 25 dólares por noche.

Casa de Carlos y Jackeline (Centro Habana)

Resulta fácil identificar estas casas porque tienen un símbolo azul en la puerta que lo acredita. La mayoría de ellas tienen una cama de matrimonio, un frigorífico con bebidas a disposición del huésped y un cuarto de baño con ducha de agua caliente. Pero lo más interesante, para los que les gusta conocer las costumbres de un país y la forma de vivir de sus ciudadanos, es que puedes compartir con la familia anfitriona conversaciones en el salón de la casa e incluso puedes pedirles que te cocinen una buena cena criolla completamente casera a un precio muy asequible.

Habitación Azul (Casa Habana)

Tuvimos suerte en Cuba con nuestras "familias". La primera, con una preciosa casa colonial ubicada en Centro Habana, pertenecía a Carlos y Jackeline, una joven y emprendedora pareja que se desvivía por hacerte una estancia agradable y explicarte todo lo necesario para no perderte nada. Carlos es artista y por eso las paredes de las habitaciones y de la casa están cubiertas por sus bellos cuadros con paisajes de Cuba. Les debemos mucho, porque además de acogernos con esa simpatía natural de la isla, nos ofrecieron opíparos desayunos con unos jugos de mango, guayaba o piña que no podemos olvidar; nos explicaron las cosas incomprensibles; nos llevaron a conocer a otros artistas cubanos que derrochaban creatividad como argumento frente a la crisis; nos hicieron pasar por cubanos para pagar menos en los taxis; nos invitaron a cenar en un paladar para cubanos con el fin de que conociésemos su auténtica forma de vida; nos mostraron la realidad de la revolución, sin etiquetas políticas, con una claridad irrefutable; y lo mejor, nos recomendaron casas de familia en nuestro itinerario por la isla para que nos sintiéramos como en casa... y así fue.

Carlos y Jackeline


En Cienfuegos Marcos y Xiomara, dos abuelitos tan delgados como cariñosos, nos hicieron pasar tres días memorables. Xiomara nos asó un pescado al estilo criollo que aún me hace la boca agua, y de Marcos aún recuerdo el helado jugo de piña que nos tenía preparado cuando llegamos de pasar un duro día de calor, o esa magnífica conversación en el sofá de su casa mientras contemplábamos la ceremonia de apertura de los juegos olímpicos de Londres.

Con Marcos y Xiomara
Cena en casa de Cienfuegos


En Trinidad, el Bury, con esa naturalidad amable y sencilla de este pueblo, nos invitó a probar el mejor café cubano y nos hizo partícipe de su buena mano en la cocina.

Habitación de Trinidad
Cena de El Bury


Al llegar a Camaguey nos quedamos en una vivienda unifamiliar propiedad de Angela y Luis, un matrimonio mayor que había sustituido la ausencia de sus hijos (ya mayores), por turistas, y ese mismo trato nos dieron. Luis, barman jubilado que no había olvidado como hacer los mejores mojitos, y su mujer que con su aspecto taciturno, siempre encontraba una buena razón para ayudarnos.

Con Luis y Angela en Camaguey


En Morón, Silvio nos ofreció su fantástica villa colonial, igual que Noly en Remedios. O los cuidados maternales que nos dispensó Verónica en Soroa. Y al llegar a Viñales, Doña Cachita, de la que ya hablé en una anterior crónica, nos cautivó con su acento dulzón, sus comidas y su incansable conversación en la que trazaba líneas de un tema a otro llevándonos de aquí a allá a su antojo.

Doña Cachita (Viñales)

Cuba ofrece buenos hoteles (aunque muchos de ellos obsoletos) para disfrutar la isla, pero no hay nada mejor que compartir las casas con el pueblo para conocer la forma de vida de sus ciudadanos, sus costumbres, sus dificultades e inquietudes. Compartir con ellos las nuestras, y aprender el uno del otro que no somos tan diferentes.