domingo, 26 de agosto de 2012

CUBA VII. RESOLVER EN CUBA



«Cuba no’s fasi». De esa manera se expresan a veces los cubanos con la sincera intención de explicarnos lo inexplicable; al menos aquellas cuestiones que los occidentales no alcanzamos a entender. Como cuando Doña Cachita, nuestra mofletuda abuelita en Viñales nos explicaba las dificultades para encontrar carne de pollo, pues esa mañana en la tienda únicamente lo vendían por cajas de 48 piezas. La razón era que no tenían bolsas de plástico para venderlos por separado. Por eso Doña Cachita, que no tiene intención ni espacio para almacenar 48 pollos en el frigorífico, ha tenido que buscar el pollo “pol la izquiedda”. ¿Que por qué la gente no se lleva una bolsa de nylon de su casa? No’s fasi mushasha.

En la ciudad de Santa Clara nos sorprendieron las tremendas colas que se formaban a primeras horas de la mañana delante de tiendas de abastecimiento. Nos aclararon que se debe a que la mayoría de las veces faltan productos de primera necesidad, como el papel higiénico o como las bayetas para limpiar el suelo, y cuando se enteran de que llega una partida a la ciudad, todo el mundo acude para comprar. No's fasi.

Las dificultades que se plantean diariamente en este país, a veces absurdas, necesitan de continuas soluciones ingeniosas, y para eso, los cubanos son únicos. Resolver en este país es una cuestión de primera necesidad, aquí quien no se inventa continuamente la forma de sobrevivir lo tiene complicado. Por eso, durante nuestro viaje, hemos sido testigos de numerosas formas de ganarse la vida que darían para varios guiones de Fellini, si aún viviera. Como por ejemplo aquel adiestrador de perros de Camaguey, un hombre de color con cincuenta y tantos años, debidamente uniformado, adiestrando a un pastor alemán en medio de la plaza: «¡QUEDATE!, vamos, vamos, vamos, ¡QUEDATE!, vamos, vamos, vamos, ¡QUEDATE!» Además de al perro, nos tenía hipnotizados a nosotros y a los 12 o 14 curiosos que asistían al espectáculo sentados en los bancos del parque. El hombre no cesaba en su lucha para que el perro le obedeciese con tan solo levantar el dedo, y nosotros embobados casi lo hacíamos. Lo mejor llegó cuando nos íbamos, al ver que llegaba un señor con un caniche y el adiestrador le dijo que esa cadena que traía no era la reglamentaria, tendría que volver mañana con la debida correa para que él pudiese trabajar con su perro.

También podemos encontrar decenas de vendedores callejeros que agitan su pregón por las empedradas calles de Trinidad a cualquier hora del día… o de la noche: El Paaaaaan; Banaaaanas; afiladores que utilizan la misma musiquilla que en la España de mi infancia; vendedores de jugos de frutas; retratistas express, capaces de dibujarte en el tiempo en que te sientas a descansar un poco en un poyete de la calle, y que sin darte cuenta plasman tu monigote en una cartulina y tratan de colocártelo para que lo enmarques a tu vuelta; o los abundantes jineteros cuya misión es captar al inocente turista:
Guerayufron?
España
¿De donde de España?
Málaga
¿Quieres casa para dormir?
No, ya tengo
¿Un restaurante?
No, ya cené
Pues para mañana, ¿Habanos?, ¿Ron? …
O como el caso de Mario García, de quien ya hablé en la crónica de Trinidad que se busca la vida vendiendo a los turistas paquetitos de plásticos con billetes y monedas de Cuba.

También pienso en esas muchachitas que se pasean con europeos de más de 50 años por los restaurantes, parejas que ni siquiera se miran mientras almuerzan en silencio, o también los muchachitos, expertos salseros, que acompañan a mujeres occidentales mucho mayor que ellos.

En Cuba, día a día te tropiezas con dificultades que son inimaginables en nuestro país. Resolver se convierte en un modo de vida, algunos “luchan”, otros salen adelante con más o menos éxito. Me viene a la cabeza ahora un barbero que había instalado su sillón de peluquero y su espejo en un zaguán de una casa de vecinos. Estuve charlando un rato con él mientras pelaba a un cliente. Me preguntó por la crisis en España, quería que le explicase los motivos. No's fasi shico, le dije, allá la cosa está mal. Entonces me contestó sonriendo (tijera en mano) que no había por qué preocuparse, que siempre hay una solución, siempre se abre una puerta. Ellos son el mejor ejemplo.


viernes, 24 de agosto de 2012

CUBA VI. LAS ESTATUAS DE BRONCE



En la plaza del Carmen de Camaguey algunos personajes se han convertido en bronce; de tanto esperar. Encontrarás allí la tertulia de mujeres donde una silla vacía espera a quien se quiera enterar de los últimos cotilleos; unos metros más allá el lector del periódico, literalmente petrificado por las noticias; los dos amantes; el vendedor de fruta que no acaba de recorrer la calle que finaliza en la iglesia. Todo está detenido en esta plaza, como si alguien impidiese el desarrollo, pero bajo el dintel de una antigua casa los niños despliegan una vajilla de plástico. Me siento en los escalones:

­—¿Me pueden poner un café, por favor?
De inmediato y sin sorpresa, el más pequeño de los camareros, que no debe alcanzar los tres años, vestido con pantaloncillo corto y sin camiseta acude para coger una taza. La cocinera, apenas mayor que él, se esmera en colocar un platito bajo la taza e inclinar sobre ella la tetera.
—¿Lo quieres con azúcal?— pregunta el niño con acento cubano.
—Sí, por favor— La niña me trae una azucarero celeste con un agujero en el lateral.
Pregunto si tienen algo de comer. Al momento me traen un diminuto platito donde se extiende una enorme pizza imaginaria con tomate y mozzarella.
Cuando termino pregunto si es gratis. El más pequeño me mira sorprendido:
—¡Noooooooo, gratis no! Son tres pesos.
La niña le corrige y dice mil apretando las palmas de las manos bajo las rodillas.
—¿Pero cómo?—pregunto indignado.—Esto no puede ser, tendré que ir al coche a buscar algo con qué pagaros.
El pequeño me quiere acompañar.
Caminamos de regreso al coche. Bajo uno de los postigos de una casa una mujer cose a máquina. Su piel es del color del bronce de las estatuas. Nos sonríe cuando pasamos junto a ella. En el coche recogemos algunos libros de colorear y lápices de colores. Los niños, de lejos, festejan vernos regresar. Cuando llegamos a ellos nos abrazan, son abrazos nerviosos, fugaces, emocionados.

La mujer que cosía se acerca y nos dice que son sus hijos. Nos da las gracias por los regalos y nos invita a su casa a tomar un café. Nos ruega que aceptemos porque es lo menos que puede hacer después de los regalos que hemos traído.

La entrada a la casa la ocupa una máquina de coser que N. tiene prestada para coser para la calle. Aprovecha la claridad del día para ver mejor y de esa forma puede vigilar a sus hijos que juegan al otro lado de la calle. Pasamos al interior por un huequito entre el marco de la puerta y la máquina de coser. Dentro se accede a un habitáculo de no más de 30 metros cuadrados. No hay mucha luz, la que entra a través de la puerta principal y de otra puerta trasera que da a un pequeño patio donde el marido de N. cría cerdos de forma clandestina. Hay otras dos puertas que conducen a dos habitaciones donde duermen el matrimonio y los hijos. Pronto los ojos se adaptan a la penumbra. Las paredes de ladrillo de construcción no están repelladas. La habitación principal tiene uno de los laterales ocupado por una cocina y la otra por un pequeño espacio donde N coloca dos sillas de hierro donde sentarnos.

N. tiene 38 años, 5 hijos, 2 nietas. LLeva toda la vida luchando. Sus brazos están delgados pero derrocha alegría en sus expresiones. Le gusta trabajar porque así se gana dinero: borda, cose, limpia casas... Su segundo marido tiene una bicitaxi y se gana la vida para mantener a los hijos. «Es un hombre bueno», nos dice con sincera justificación, mientras nos trae el café.

Su marido llega al rato y se sienta a hablar conmigo, más bien se desahoga: «Todo es mentira, este gobierno nos ahoga, ¿por qué solo puedo hacer lo que nos dictan?, si hago algo que no quieren, me detienen. ¿Por qué no puedo vender una vaca si la vaca es mía?». Están cansados, pero aún les queda esperanza de que algún día “esto” cambie. La esperanza es el único recurso que no genera coste.

Seguro que sí, les animo sin mucha convicción. El hombre me muestra el patio donde crían a los cerdos. Con el dinero que sacaron cuando vendieron al último se han comprado el televisor de pantalla plana que hay en el cuarto. Ahí pueden ver la liga de España. Él es del Real Madrid, su hijo del Barsa. ¿Y tú?, me pregunta.

Al marcharnos echamos un último vistazo a la plaza para ver esas estatuas de bronce que se han quedado ancladas en el tiempo, mientras la vida se inventa sobre vajillas de plástico.  


martes, 21 de agosto de 2012

CUBA V. EL CHE



El 29 de diciembre de 1958, el Comandante Ernesto Che Guevara asestó un golpe maestro sobre el gobierno de Batista descarrilando un tren blindado con fuerzas del ejército y multitud de armamento. Gracias a este hecho se produjo la toma de la ciudad cubana de Santa Clara que posteriormente derivó en el triunfo de la Revolución de Fidel Castro. En la ciudad de Santa Clara, en el mismo lugar del descarrilamiento, se conserva parte de este tren como museo. En realidad, la ciudad de Santa Clara está dedicada por entero a la figura del Che Guevara. A las afueras de la misma se erige un monumento y mausoleo donde se conservan sus restos y los de los 18 combatientes que cayeron con él en Bolivia.

Una enorme estatua del Che vestido de militar rebelde y con su característica boina preside la explanada de entrada al recinto. Se yergue sobre un monolito sobre el que hay escrito "HASTA LA VICTORIA SIEMPRE" Una frase muy utilizada para referirse a él y que puede leerse por todo el país. Junto a la estatua hay otra enorme piedra sobre la que se reproduce en grandes dimensiones la carta que el Che remitió a Fidel Castro para dimitir de todos sus cargos y anunciarle que se dirigía a Bolivia para seguir combatiendo por la liberación de América Latina. Mientras leía la carta (compuesta de bastantes párrafos), observé que una joven pareja de italianos estaban situados a unos pasos tras de mí. Ella traducía la carta y él la escuchaba con la mirada pérdida en el monumento. Los dos agarrados de la mano. Cuando terminaron de leerla, se fundieron en un intenso abrazo y comenzaron a llorar pañuelo en mano. Volví a releer algunos párrafos de la carta. De alguna manera quería emocionarme como aquellos turistas y buscaba el punto álgido con el que lo habían conseguido, pero no lo encontré. La carta contenía demasiados párrafos manipulados que para los que hemos leído la forma de escribir del Che, eran fáciles de reconocer. Sobre todo aquel donde, después de decir que se marcha y que renuncia a todos sus cargos —los cual no es más que el reconocimiento de un fracaso—, ensalza exageradamente la figura de Fidel Castro y culmina diciendo que: "Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti (por Fidel), desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario" (huele un poco, ¿no?)

Al entrar en el museo la figura del Che se desmitifica un poco: su uniforme es el de una persona no corpulenta, de mediana estatura; sus fotos no captan el sacrificio de un guerrillero, la mayoría en actitud bastante distendida: puro en boca o jugando al golf; sus cartas, bastante sencillas y humanas, reflejando una personalidad melancólica y soñadora. En absoluto es mi intención quitar méritos a una figura que ha sido siempre un símbolo para la lucha de los débiles en todo el mundo, pero me gusta ser honesto y si esta figura ha sido valiosa, sin duda alguna, ha sido para el propio gobierno de Fidel Castro que ha plasmado su silueta en miles de carteles repartidos por toda la geografía cubana.

Pero, ¿quién fue realmente el Che?

De esa manera directa, he preguntado a muchos cubanos, mientras compartíamos una taza de café dulzón. La mayoría me dicen que fue un utópico, que pensó que el pueblo podía dirigir su propio futuro y luchó duro por conseguirlo. Pero luego se dio cuenta de que la política tiene unos tentáculos tan poderosos que son imposibles de vencer y prefirió seguir luchando donde él mejor se defendía, junto a los propios guerrilleros, pegando tiros. Hubiera logrado más luchando desde arriba para conseguir una verdadera liberación para los débiles, pero esto le vino grande, no pudo vencer los muros de la política, que es en definitiva quien gobierna el pueblo. Por eso se marchó a morir a Bolivia, allí no solo lo esperaban los guerrilleros, sino un destacamento del gobierno boliviano que se encargó de ejecutarlo de manera sumaria. Los motivos de la rapidez de su captura y del chivatazo de su posición, aún se desconocen, aunque muchos cubanos se acarician una barba imaginaria sonriendo.

Estas son opiniones de las que no me hago partícipe porque no hay cosa peor que adherirse a una opinión desde la ignorancia, pero las expongo porque son opiniones recogidas de personas que llevan 53 años aprendiendo, a fuerza de sufrimiento, la historia de la revolución cubana y las figuras de sus héroes.

Me quedo con el Che soñador que decía en otra de sus frases, plasmada también junto al monumento: "Me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie".

El Che seguirá siendo un símbolo mal que le pese. Su figura impresa en carteles y camisetas venderá por el mundo entero. Pero el objetivo de su lucha, por desgracia, se ha disuelto como el azúcar en el café.

domingo, 19 de agosto de 2012

CUBA IV. UNA PLAYA Y LOS CERDOS


¿Y cómo son las playas del Caribe? Me preguntaba Sonia de camino a la ciudad de Trinidad. Yo recordé mi último viaje a Cuba y traté de contarle el turquesa del mar, la arena con la textura y el color de la harina, la sensación de isla desierta... Luis Cuba, el maitre del restaurante del centro Vasco donde cenamos una de nuestras noches habaneras, nos había recomendado visitar la playa de Yaguanabo, en el camino de Cienfuegos a Trinidad. Según sus palabras:

“Un lugar paradisíaco bajo un puente que cruza el río. La naturaleza allí es exuberante y puedes bañarte en el agua del río que se adentra en el mar. Para comer, hay un guajiro allí resguardado del sol por su sombrero de paja que saldrá a pescar un buen pez para asarlo y comerlo en su casa guarnicionada por deliciosas viandas”.

La imagen bucólica nos sugería un paraíso terrenal que al mezclarlo con mis recuerdos de las playas de Cuba, nos lanzó disparados hacia aquel punto subrayado en nuestro mapa de carreteras.

Cuando llegamos a la playa esto fue lo que encontramos:

El puente no era más que un enorme viaducto que soportaba la carretera hacia Trinidad. La enorme sombra que proyectaba sobre la franja costera era aprovechada por cientos de cubanos que, de esa cómoda forma, no necesitaban llevar sombrilla. Bajo el puente también se disponían decenas de puestecitos con barbacoas donde se freía pescado, se vendían refrescos, pizzas, arroz, frijoles, fruta, y otras cosas. Los bañistas se agolpaban junto a los puestos comprando platos de comida, o en un enorme Rancho del que manaba música en cascada y donde muchos chicos y chicas sudorosos se frotaban unos con otros para bailar el regetón.

Buscamos un hueco a la sombra del puente. Fue difícil, pues por todos lados había toallas, bolsas, latas de refrescos, colillas, platos, botellas de ron vacías, desechos de comida... Ah! y dos cerdos que se alimentaban de los desperdicios de los bañistas. Podemos demostrar lo de los cerdos. Nos sentamos junto a la desembocadura el río y con algo de sombra del viaducto.

Muchos bañistas disfrutan de la playa metidos en el agua disfrutando del agua templada y del ron. Por eso encuentras a algunos de ellos un poco alegres saliendo del agua. Un vecino se puso a beber junto a nosotros salpicándonos con sus vasos de ron, y hasta una niña quiso comerse su cucurucho de helado encima de Sonia, hasta que ésta sintió las gotas frías y derretidas y levantó los ojos para decirle a la niña: ¡Oye, Oye, acere, ¿que tú podrías ponerte un poquito más allá Muchaaacha?

No duramos mucho en aquella primera playa cubana, el agua era verde caqui y la arena no era harina, más bien era mezcla de tierra de río con desperdicios de plástico. Salimos pitando, y con hambre, pues era la hora de comer y aquel guajiro solitario que imaginamos estaría de vacaciones.  


sábado, 18 de agosto de 2012

CUBA III. TRINIDAD


Cualquier guía de viajes de Cuba te aconsejará visitar la ciudad de Trinidad como lugar imprescindible. No se equivocan, de hecho entre todas esas guías y los fondos de la Unesco han conseguido hacer de esta localidad un auténtico lugar de peregrinación para turistas. No sería justo obviar la belleza de sus empedradas calles en cuesta flanqueadas por casonas coloniales, verdaderos palacetes rústicos que conservan (gracias a la inyección económica) el encanto antiguo de la época en que Cuba resplandecía como la perla del Caribe. Esta pequeña ciudad, antaño refugio de piratas ilustres como Morgan, ofrece al visitante un cuadro de coloreadas fachadas, altas ventanas con barrotes de madera, casas de techos altos y generosos patios cubiertos de plantas. Cada esquina esconde un dilema, cada puerta encierra un coqueto paladar, una tienda de souvenirs, una galería de arte o un hostal con encanto. Es difícil no dejarse atrapar por sus rincones fotogénicos, por la música que diariamente inunda las calles, por el sonido de los pregones, por las continuas recomendaciones de los jineteros para visitar tal o cual restaurante. 

La foto que nos había traído a Trinidad no era la de las guías, sino una realizada por un entrañable amigo que vivió unos años en La Habana. En ella, un ciclista con un contrabajo a la espalda, avanza cuesta arriba salvando los guijarros de la calzada. En esa foto no hay turistas, y refleja muchas de las cosas que hemos encontrado en Cuba: El esfuerzo, la dificultad, la música, “el resodvé” (del que hablaré en otra crónica), la sencillez, el colorido. Vinimos para conocer esa Trinidad, y el azar quiso que la encontráramos. 

Tras una mañana de visita a la ciudad, el cielo se cubre de un nubarrón tan oscuro como un eclipse, una señora sentada en el escalón de una tienda mira al cielo. Le pregunto si va a descargar, sonríe y me lo afirma con la cabeza. Pronto el aguacero se desploma sobre las calles y limpia de gente las aceras, los comercios, los carteles portátiles, los jineteros... Todo el mundo refugiado bajo soportales. Trinidad muestra así su cara más limpia, más pura. Es un placer contemplar desierta la plaza de piedra bajo un manto de agua. Cuando escampa todo vuelve a su ajetreo y entonces nos aborda Don Mario García (permitidme que oculte su verdadero nombre), un caballero de 92 años, sencillo pero muy dignamente vestido con su sombrero de palmito y luciendo un bigote tan blanco como su flequillo. Su porte magnífico, pretendidamente esbelto quiere proyectarnos a su pasado de mejor fortuna. Nieto de españoles y heredero de un buen nombre y patrimonio que quedó enterrado tras la revolución, pero él lo cuenta sin rencor, con una pátina temporal que descubre aún más el drama. Nos vende unos paquetitos caseros que contienen pesos cubanos de curso legal. Lo primero que me cautiva es su extraordinaria memoria porque al saber que somos andaluces, nos recita las ocho provincias y sus límites. Me dice que se sabe además las gallegas, las levantinas... presume de una buena memoria que no ha perdido a pesar de su edad, a pesar de la revolución... Nos invita a su casa a tomar un cafecito con su esposa Margarita (también me guardo el nombre verdadero), y cuando por la tarde aparecemos allá, nos hace saber que estaba confiado de que apareceríamos porque los españoles somos gente de palabra (excepto los políticos, bromeo).

Margarita nos abre la puerta, es una encantadora abuelita de anchas caderas y la piel blanca como su pelo. Su mirada es amable a pesar de su afilado perfil heredado de sus antepasados españoles. Nos hace pasar al salón iluminado débilmente. Bajo el alto techo presiden cuatro enormes butacones de madera, un televisor y muchos cuadros de fotos familiares. Nos sentamos a esperar a D. Mario que se está acicalando. Doña Margarita nos prepara un cafecito con su sonrisa de almidón, su batita azul de tirantes y su mirada sorprendida. ¿Con azúcar?, ¿Sí? Así es como lo tomamos nosotros, nos dice dirigiéndose a la cocina. 

Don Mario García aparece, se sienta con nosotros y se balancea en su butacón. Su bigote blanco y su flequillo rebelde sobreviven al tiempo como ejemplo de su propia revolución. Nos habla de su familia, de la historia de Cuba que él ha vivido en varios de sus tramos. ¡Desde el gobierno de Machado, después Batista y por último la revolución de Castro! Nos muestra los estragos revolucionarios y se apasiona contando la historia de su padre que logró crear un imperio de tierras y ganaderías que Don Mario heredó pero que tuvo que entregar a los revolucionarios de Fidel. Menos mal que conservaron la casa de Trinidad. Margarita nos habla de sus parientes contrarrevolucionarios que tuvieron que huir; de su padre que tenía una finca con caballos; de sus hijos, algunos de los cuales se marcharon, otros son médicos, economistas; de sus nietos y biznietos... Nos enseña las fotos. Hay mucha gente en ellas y mucha alegría en sus ojos cuando nos las explica, pero la soledad acecha por los rincones, bajo las butacas y tras los marcos. 

Cuando nos despedimos, volvemos a pasear por Trinidad, los muros de las casas tienen ahora otro color, más vivos aún, debe ser por el aguacero. Todo se comprende mejor. Fue una suerte compartir con este matrimonio la tarde, aprender la historia a través de sus recuerdos, conocer la realidad de la ciudad más allá de la Lonely Planet, sentir la huella de nuestros antepasados comunes que nos unen con esta preciosa y sufrida isla. 

(Nota: Hubiera sido justo poner sus verdaderos nombres y una foto del matrimonio, pero lamentablemente puede ser peligroso para ellos publicar esta crónica teniendo en cuenta su sinceridad. Si alguno de vosotros va a Trinidad y quisiera conocerlos, no teneis más que contactar conmigo y os daré la dirección y sus nombres verdaderos).

 

viernes, 17 de agosto de 2012

CUBA II. LA CARRETERA




Conducir por Cuba es una experiencia que roza lo metafísico. No exagero. ¿Cómo si no llamaríais a hacer viajes en el tiempo?

Cuba está atravesada de Oeste a Este, por varias carreteras que unen las diferentes ciudades. A su vez pequeñas carreteras comarcales la cruzan de Norte a Sur uniendo las anteriores en una red pobre y desgastada. La carretera, a excepción de la exagerada autopista de 8 carriles sin mediana que conduce a La Habana, es de doble sentido.

Un sendero asfaltado y mil veces reparcheado que discurre recto entre extensos cultivos de cañas, entre selvas de altas palmeras reales, o entre frondosos bosques de arbustos que forman auténticas paredes vallando la calzada. Lo más llamativo es que la mayor parte del tiempo viajas solo, disfrutando de la sensación de sentirte el auténtico rey de la carretera. Cuando encuentras otro usuario, puedes verlo acercarse desde muy lejos; a veces es un coche antiguo de colores vivos, un Pontiac, un Cadillac de los años 60’s, un Buick descapotable o un Ford destartalado que cabalga majestuoso por el centro de la calzada; otras veces es un pequeño bulto en la lejanía que resulta ser un guajiro a caballo con un sombrero de paja, la camisa desabrochada hasta el ombligo y su piel morena y aceitosa reflejándose al sol del mediodía; las más frecuentes son las viejas calesas tiradas por caballos, que aquí, más que una atracción turística, sigue siendo uno de los medios de transportes necesarios; y qué decir de esos tremendos camiones cargados de personas en el remolque; o los antiguos autobuses que parece que se van a descascarillar por el simple roce del viento al adelantarlos; o las bicicletas que continuamente aparecen en la calzada con la tranquilidad de que tú sabrás esquivarlas a tiempo, o al menos podrás frenar de golpe al ver que en el momento de adelantarlas viene un autobús de frente.

Los usuarios de la vía en Cuba son confiados y tranquilos. A ello pretenden contribuir los múltiples carteles a lo largo de la carretera que anuncian con adornadas letras las bondades del socialismo, las arengas hacia el trabajo bien hecho, hacia la lucha diaria por mantener la revolución, por convencer a los desilusionados cubanos de que su esfuerzo se ve recompensado día a día. A falta de señales viarias y de carteles indicadores de dirección, las carreteras de Cuba están infectadas de símbolos revolucionarios, de los iconos del Che o Camilo Cienfuegos, de puebluchos de campesinos apilados en cubículos al pie de la carretera o enormes edificios de corte soviético en mitad de la nada donde descansan las horas necesarias para batirse nuevamente bajo el sol caribeño.

También son parte de la carretera los “botella”. Arriesgados autoestopistas que se adentran en la vía para llamar tu atención levantando la mano y mostrando, en ocasiones, unos cuantos billetes para pagar su viaje en el caso de que te decidas a llevarle. A veces, bajo los viaductos de la autovía, se acumulan colas de viajeros a la espera de cualquier transporte y resulta, para el conductor europeo, suficiente alerta para levantar el pie del acelerador, pero esa disminución de la velocidad significa para muchos de los que esperan refugiados bajo la sobra del viaducto una señal de que vas a parar por lo que comienzan a invadir los carriles de la autopista...

Pero son hermosas las carreteras cubanas. Aún conservan el sabor auténtico del viaje, de la aventura por descubrir los caminos, por disfrutar de la simple idea de avanzar a través del paisaje para descubrir la realidad de un país que aún espera en la línea de salida.

miércoles, 15 de agosto de 2012

CUBA I. PRIMER PASEO POR LA HABANA

Cuando das los primeros paseos por La Habana, te resulta pintoresca la alargada imagen del malecón por la que atraviesan innumerables y repintados coches de las décadas de los 50-60, como si el tiempo aquí se hubiese detenido en una única instantánea.

Te detienes a curiosear a través de las ventanas los patios quejumbrosos, las buhardillas descuidadas por las que a veces crecen gruesas raíces de árboles, balcones apuntalados con vigas de madera. No pierdes detalle del óxido en ornamentadas rejas de algunas escaleras, los mármoles descascarillados, las aceras rotas e impregnadas del aceite motor de los Cadillacs, de los Pontiacs o Fords;  edificios con remiendos de ladrillos antiguos, robados a otros que ya sucumbieron al abandono.

Te sorprendes con la imagen exótica de los cubanos ociosos y mal vestidos, cubiertos de sudor, esperando junto a una puerta o sentados con las piernas colgando desde el balcón; algunos lijando una puerta desvencijada sobre la acera, otras desde la terraza que lanzan la bolsa anudada de una guita a una vecina para que le haga tal o cual recado... la vida lenta y húmeda de esta ciudad que parece el desperezar de un gigante ebrio.

Pero hay algo mucho más atrás que se nos escapa, que es imposible captar en un primer paseo. Algo que hierve tras esos muros porosos y erosionados. Una música silenciosa que mantiene el latido de la ciudad. Supongo que hay que vivir aquí para saberlo. Hay que despertarse cada día con la misión de sobrevivir al tedio, al pasar de los minutos sin futuro posible. Relanzarse desde la madrugada a resolver lo básico.

Quizás no sea eso, puede que sea el análisis de un europeo ávido por consolarse con la pena ajena. Quizás el cubano solo espera despreocuparse, liberarse de la responsabilidad de vivir, vivir sin más, sin obligaciones ni correas: sin compromisos. Quizás solo sea eso, y por eso el turista pasea por sus calles fotografiándolo todo, bailando sin cesar el ritmo del son que no descansa por la Habana vieja, maravillándose con la sonrisa amable del habanero, conversando interesado con aquellos que tratan de persuadirle para llevarle a un magnífico paladar donde le servirán comida al estilo europeo.

El turista permite que el objetivo combine la miseria y la fiesta en el mismo encuadre, y llevarse así, si puede, el corazón de la Habana.